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Centro Estratégico de Comunión y Participación

El corazón de todo paradigma de evangelización

 

Al hablar de un nuevo “paradigma de evangelización” necesariamente nos remitimos en primer lugar a ese núcleo común, a eso que no cambia y que está a la base de todos los procesos evangelizadores y que es norma y criterio fundante de todo proceso de inculturación de la acción evangelizadora. Evangelizar significa, para toda la Iglesia, en primer lugar, una vocación, un mandato recibido del mismo Jesucristo durante su ministerio y que se hizo definitivo, luego de la Pascua, el día de su Ascensión (Mt 28,18-20). Evangelizar significa continuar la misión que Jesucristo recibió de Dios Padre, haciéndose presente en el corazón del mundo, para servir al Reinado de Dios allí presente. Este servicio, que abarca la totalidad de la actividad eclesial, tiene, como lo ha comprendido más claramente la Iglesia en los últimos años, un solo programa: que Cristo sea encontrado, conocido, amado y seguido, para vivir en Él relaciones de comunión y, desde Él, transformar la historia hasta la venida de la Jerusalén Celestial.

La dimensión de la Comunión y Participación hace referencia, con la primera palabra: “comunión”, a la novedad que imprime el Espíritu en la manera como nos relacionamos los que creemos. “Quien dice que ama a Dios y no ama a los hermanos está mintiendo…” (Cf 1 Juan 4, 20). El encuentro con Jesús nos mueve hacia afuera, hacia el otro. Nos mueve a estar en comunión y en comunidad; a pensar y sentir con el otro y a trabajar por un mundo en el que es posible una vida digna para todos. A ver al otro con una mirada distinta, la mirada de Dios. Verlo y tratarlo como un don para mi vida, alguien en quien está presente igual que en mí, el Señor.

La participación se refiere a las muchas posibles maneras de hacernos presentes en la vida de la iglesia, a partir de nuestros estados de vida (laicos, ministros ordenados o consagrados) y por lo tanto en familia, comunidad o vida parroquial; los momentos del proceso evangelizador en que nos encontramos (momento inicial o una fe adulta) o los diversos lugares en los que es posible expresar nuestra fe (colegios, universidades u otras instituciones).

En esta dimensión de la evangelización se concentra, de manera especial, el acompañamiento a los procesos y dinamismos parroquiales, a la vida laical (asociaciones y movimientos) a la vida familiar y también a todo lo que tiene que ver con las vocaciones al ministerio ordenado y la vida religiosa.